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Lunes, 2 de Junio del 2025

Motoencuentros: donde el alma encuentra su ruta

Motoencuentros: donde el alma encuentra su ruta

Hay algo en los motoencuentros que no entra en una foto ni en un video. Se siente en el pecho cuando los motores rugen al unísono, cuando el viento te cruza la cara y sabés que no estás solo en la ruta. Ese momento en que llegás, bajás la pata, y el silencio se llena de miradas cómplices. Un asentir de cabeza, un “¿todo bien, hermano?”, y ya sos parte.

Porque ahí, entre lonas, mochilas y guitarras, no importa de dónde venís ni a qué te dedicás. Lo que importa es que llegaste. Que estás. Que te hiciste tiempo para ser parte. Y eso, en un mundo que corre sin frenar, vale oro.

No es solo un encuentro. Es pertenencia.

Un motoencuentro no es una reunión cualquiera. Es una pausa con sentido. Una reunión de almas que comparten un código no escrito. Ahí, el que llega en silencio es saludado como hermano. El que se le rompe algo, no se queda solo. Y el que quiere hablar, encuentra siempre un oído sincero, aunque venga de mil kilómetros.

El primer mate siempre lo ceban los que llegaron antes. El café se pasa de mano en mano. La charla arranca con las rutas, pero termina hablando de la vida. Hay fogones que duran hasta que amanece. Gente que se encuentra por primera vez y parece conocerse de siempre.

Cada bandera colgada en una carpa tiene una historia. Cada parche en un chaleco representa kilómetros recorridos, amigos hechos, promesas cumplidas o heridas que ya cicatrizaron. Los cueros gastados, las botas con barro seco, los cascos rayados… son medallas. Pruebas de que la ruta se vive con el cuerpo y con el alma.

Lo que pasa ahí, no se olvida

En los motoencuentros no hay señal de celular, pero hay conexión verdadera. Un abrazo largo. Un mate que no se apura. Risas que estallan por anécdotas absurdas. Gente que canta sin afinar, pero lo hace con el corazón. Alguno siempre aparece con una guitarra, y otro con pan casero. Nadie se queda afuera.

Y cuando cae la noche, las linternas titilan como luciérnagas, las motos duermen en ronda como caballos nobles, y cada uno se mete en su carpa sabiendo que vivió algo real. Algo que en la ciudad, a veces, se olvida: que lo simple puede ser lo más profundo.

Te vas, pero algo tuyo se queda

Nadie se va igual que llegó. Algo cambia. Un gesto, una frase, una mirada compartida. Te vas con menos peso en la espalda y más luz en el pecho. Con el corazón lleno de cosas que no se pueden comprar.

La vuelta a casa es silenciosa, pero llena. Recorriendo los mismos caminos, pero con otra mirada. Como si la ruta, ahora, también recorriera adentro tuyo.

Y sí, volvés a tu ciudad, a tu rutina… pero ya no sos el mismo. Porque cada motoencuentro deja una marca invisible, una especie de tatuaje en el alma que solo los de la ruta pueden leer.


Nos vemos en la próxima ronda. Llevá abrigo, casco y ganas de compartir. El resto… lo pone el camino.

Motosenda: historias que viajan sobre dos ruedas.